viernes, 16 de abril de 2010

"Hasta los huesos"



Hasta los huesos es uno de los mejores cortometrajes que he tenido el placer de ver y la suerte de encontrar, por pura casualidad, navegando por la red.
Con la plastelina como único material, René Castillo, el autor de esta joya, ha creado un inframundo ambientado en el país con más apego a la cultura de la muerte: México.
El argumento, muy simple, siempre deja un sabor agridulce a los espectadores.
El comienzo del cortometraje se desarrolla en un cementerio en el que se está celebrando un funeral; aparentemente, el finado parece volver a la vida pero sólo se trata una metáfora de su descenso al mundo de los muertos. Una vez allí, descubre un cabaret en el que los esqueletos de los que un día fueron gente del pueblo, se divierten.
En contraste con el mundo terrenal que resulta frío y gris, esta taberna está repleta de luces y coloreada con las prendas de los muertos.
El protagonista llega al escenario perseguido por un gusano que pretende devorar la carne para hacerle pasar, definitivamente, a la otra vida. Sin embargo, éste se resiste y logra meterlo en una botella de tequila.
La actuación de una mujer, o lo que fue una mujer, cantando la famosa Llorona (interpretada por Eugenia León)y que se llega al difunto exhalando tranquilidad.
De esta forma y aceptando su destino, el protagonista bebe de la botella que llevará al gusano a devorar su carne humana.
Estéticamente, lo más destacable del cortometraje es la capacidad expresiva con la que dotan a los personajes y los efectos, más que logrados, como el pez flotante y el gato, el remolino que lleva al gusano al interior del difunto o la magnífica boa de la vedette. Además, la situación en la cultura mexicana, se ve reforzada por la introducción del que es una figura de Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central del célebre pintor Diego Rivera, la cantante.



La metáfora sobre la reticencia a morir que tiene el ser humano, el pánico a lo desconocido queda plasmado en este corotmetraje del que nos quedamos, sobretodo, con la aceptación del destino inevitable de todo ser humano para, paradójicamente, poder vivir en paz.

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